La Corona Mistérica
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Coordinación: Padre Luca Burato
Redacción: Orlando Jerez
Fuente: Libro Iglesia y Corona Mistérica, Parroquia San Bartolome in Tuto
¿Alguna vez te has preguntado sobre la iconografía que se encuentra pintada en nuestro templo?
Pues te comentamos, que esta imagen proviene de la iconografía que compone a la Corona Mistérica. Dicha corona gira en torno a los misterios de la vida de Cristo de forma que es una forma de contemplar el Misterio de Dios y su Encarnación.
Para algunos autores el ícono es el catecismo de los sencillos, es teología visible que ayuda a la la oración.
Pero, ¿cuál es el origen?
Para hablar sobre Corona Mistérica y sus respectivos ciclos pictóricos debemos remontarnos a las Iglesias del primer milenio, ya que estos ciclos pictóricos fueron comunes en los templos de la época.
En el libro “Corona Mistérica e Iglesia” su autor dice que el cristianismo ha expresado en su interior, los ciclos pictóricos para hacer presente la salvación realizada por Dios para el hombre, celebrada por la comunidad cristiana en los distintos misterios de la vida de Cristo y reflejada en la vida de los santos.
El libro también explica que en la Iglesia de Oriente se cristalizaron en el iconostasio, una pared recubierta de iconos que introduce y vela el lugar de la celebración de los misterios.
Sin embargo en la Iglesia de Occidente, cuando el altar se desplaza del crucero al ábside, los ciclos pictóricos se transforman en revestimientos cada vez más abundantes detrás y sobre el altar.
Otro dato importante, es que con la reforma del Concilio Vaticano II, que desplaza el altar desde el fondo del ábside para darle de nuevo posiciones central que había tenido siempre, la idea de una corona mistérica puesta sobre la asamblea, recupera y renueva el ciclo pictórico.
El ciclo pictórico tiene como finalidad conectar con los feligreses y a la vez favorece una participación más intensa de la asamblea cristiana en los misterios celebrados.
¿Qué es la Corona Mistérica?
Se llama Corona Mistérica a la amplia franja octagonal que circunda en la parte superior la totalidad del recinto de la Iglesia, haciendo presente el cielo. La misma está pintada con imágenes inspiradas en la iconografía de la Iglesia Oriental y corona la asamblea uniendo el cielo y la tierra.
Su significado es que Dios esta presente en medio de su pueblo. Y estas pinturas representan los distintos momentos del Misterio de la Salvación, recorriendo todo el año litúrgico.
El Cristo Pantocrátor
El centro del ciclo pictórico es el Cristo Pantocrátor (imagen que se encuentra al fondo del altar en Jesús Maestro), quien está revestido de su gloria divina; En cada uno de los iconos se representa la vida de Jesús. A su derecha está representada la vida terrenal de Cristo y a su izquierda la vida celestial.
El Pantocrátor es una representación típica del arte bizantino y románico. Aparece mayestático, con la mano derecha levantada para impartir la bendición y portando en la izquierda los Evangelios o las Sagradas Escrituras.
En el caso de Jesús Maestro, en la sede presidencial está el Cristo Pantocrátor, quien es el Todopoderoso, que viene al final de los tiempos en la gloria de su divinidad a juzgar la tierra.
Este ícono revela la verdad de la potencia de Dios que había permanecido escondida bajo los restos mortales de Cristo. En las manos y en los pies se ven las llagas de la crucifixión y de la humillación que sufrió por amor a la humanidad. En su mano izquierda el Cristo Pantocrátor tiene el Libro de la Vida y se puede leer “Amad a vuestros enemigos” (Mt. 5,44) en la página izquierda.
Es imporante recordar que dichas palabras son el corazón de la Nueva Alianza y la imagen del hombre nuevo. En este ícono, Jesús es al mismo tiempo, la imagen de Dios y del hombre. El vencedor de la muerte y Señor de todo lo que esclaviza a los hombres.
Mientras que en la página derecha del Libro de la Vida se aprecia la frase: “Vengo Pronto” (Ap. 22,20). Con esta frase el Señor refiere palabras de aliento y exhortación, haciendo una invitación a perseverar y a mantener una fe viva y segura.
El Pantocrátor también expresa la espera escatológica de la Asamblea Cristiana que experimenta, durante la celebración eucarística, la presencia viva de Cristo.
Cabe mencionar que dicha experiencia la confirma en la fe y enciende en ella el deseo de la venida final del Señor, que establece la victoria definitiva sobre el mal y sobre la muerte. Por eso la Iglesia, con un grito lleno de experanza, exclama: “Ven, Señor Jesús”.
La posición central de la imagen pone de manifiesto también que la historia está orientada hacia su punto conclusivo: el encuentro con Cristo que viene. En el Cristo Pantocrátor convergen todo el ciclo pictórico. Es el centro de toda la Corona Mistérica.
Finalmente, dos son los lugares habituales para exhibir el Pantocrator en las iglesias: en el exterior, en los tímpanos de las portadas, esculpido en piedra; o en el interior, pintado en las bóvedas de horno de los ábsides. Su figura, capta ante todo la mirada de quien entra en la Iglesia.
En todo caso, se suele enmarcar en un cerco oval conocido como mandorla (del italiano mandorla, ‘almendra’) y ocupan el espacio adyacente las cuatro figuras del tetramorfos, es decir, alegorías de los cuatro evangelistas.
La representación de la vida de Jesús en los iconos es de la siguiente manera:
- Anunciación
- Natividad
- Bautismo
- Transfiguración
- Entrada en Jerusalén
- Última Cena
- Crucifixión
- Descendimiento
- Descenso a los infiernos
- Tumba Vacía
- Aparición de Cristo Resucitado
- Ascensión
- Pentecostés
- Asunción de María “Dormitio”
Es importante resaltar, que el arte sagrado de los iconos no es un evento realizado por los artistas. Esto es una institución que viene de los Santos Padres y de la tradición de la Iglesia desde el II Concilio de Nicea en el 787 d.C. Estos iconos expresan la visión de cómo la Iglesia contempla el misterio de Dios y de su Encarnación.
Es por ello, que estas obras sacras nos ofrecen la contemplación del Misterio de Dios. En esta edición vamos a conocer sobre los íconos sobre La Anunciación, La Natividad y el Bautismo de nuestro Señor Jesucristo.
La Anunciación
Este es el primero de la Corona Mistérica y representa el momento en que el ángel Gabriel saluda a María diciéndole “Llena eres de gracia”, y a su vez, anuncia la concepción en ella del Hijo del Dios.
La Virgen llena de humildad pronuncia las palabras: “He aquí la sierva del Señor hágase en mí según tu palabra” Lc 1,38. A través de La Virgen María se abre nuevamente la puerta del Paraíso, las cuales se habían cerrado por la desobediencia de Eva, quien es la mujer enemiga de la serpiente, y en quien se cumple la palabra del libro del Génesis que dice: “ Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” Gen 3,15.
En este icono se puede apreciar como María escucha la promesa de Dios, además de creer y concebir al Hijo de Dios. La proclamación de la Buena Noticia es el momento de la concepción de Cristo en nosotros, ya que el Espíritu Santo cubre con su sombra a áquel que escucha y cree.
Este icono presenta a María como la nueva Eva, y también se convierte en la imagen de la Iglesia que como una madre amorosa nos lleva en su seno hasta que Cristo sea formado en nosotros y sea dado a luz en las aguas del Bautismo. Es por ello, que San Cipriano decía que “No puede tener a Dios por Padre, quien no tiene a la Iglesia como Madre”.
Finalmante, en esta pintura La Virgen está entronizada. En el evangelio apócrifo de Santiago María estaba sentada en su casa cuando el árcangel Gabriel la visita y la tela roja colgada sobre el techo indica que esta escena se desarrolló en el interior de la casa.
Cabe destacar, que el arcángel Gabriel es el anunciador por excelencia de los mensajes de Salvación de Dios. En la imagen con la mano derecha bendice a María y con la izquierda tiene el bastón del mensajero celestial.
La Natividad
Esta imagen en el Corona Mistérica, es un icono que transmite alegría porque el cielo y la tierra se unen, haciendo referencia a la Natividad del Señor, la cual también se conoce como “Pascua”, porque ya prefigura la Pascua de Resurrección y “Fiesta de las luces”, porque es la manifestación de la Luz de Dios, quien es Uno y Trino.
A través de la Natividad del Señor, Dios se hace Hombre con la finalidad de restituir al hombre la antigua imagen y la dignidad de hijo de Dios. La pintura también cuenta con la Estrella de Belén, la cual ilumina y guía a todos los personajes del icono que es el signo de la intervención de Dios en la tierra.
En cuanto al rayo que asciende desde la estrella significa la esencia única de Dios. Los tres rayos que descienden en ella, indican la participación de las tres Personas divinas en la economía de la salvación. Sobre el pesebre, el libro de “San Bartolomé in Tuto: Una parroquia para el tercer milenio” dice que tiene forma de tumba y prefigura la muerte de Cristo rechazado por su pueblo desde su nacimiento.
También el libro explica, que la oscuridad de la gruta es el infierno. Cristo sitúa su nacimiento en el fondo de los infiernos y nosotros contemplamos, recostado en el pesebre “el cordero de Belén que ha vencido a la serpiente y ha dado la paz al mundo”.
En esta imagen, en la parte inferior izquierda, se ecuentra la pila para el baño del recién nacido. Esto se considera como la primera acción plenamente humana que demuestra que el Mesías esperado ha llegado y es verdaderamente el Hijo del hombre. Esta pila también es Signo del Bautismo.
También junto a la pila, el árbol, símbolo del Niño que da cumplimiento a la profecía de Isaías que dice: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él espíritu de Yahveh” (Is 11,1-2). Fuera de la gruta, sobre el gran manto púrpura, color de la realeza está la Virgen María, sin ella y sin la Iglesia, no se puede llegar a Cristo. La mirada de María esta absorta en la contemplación: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19).
Las estrellas sobre la frente y los hombres de María indican su virginidad antes, durante y después del parto. En la parte inferior derecha se encuentra situado San José en una profunda meditación acosado por las dudas. Delante de San José está el demonio bajo la apariencia del pastor Tirso. En cuanto a la aureola que aparece alrededor de la cabeza de San José ya lo hace vencedor de la tentación.
En la parte superior izquierda, se pueden apreciar a los tres Reyes Magos. Ahí Dios los conduce a adorar al niño como signo de primicia y de las naciones. Mientras que los ángeles, ubicados en el centro, adoran al Niño con las manos cubiertas para demostrar su realeza. Mientras que el ángel arriba a la derecha, que se inclina hacia los pastores expresa la ternura de la protección del ángel de la guarda.
El Bautismo
Es importante destacar que, según datos históricos, hasta el siglo el Nacimiento y el Bautismo del Señor se celebraban el mismo día, el 6 de enero, porque el Bautismo es, de alguna manera, la realización del Nacimiento.
Explica San Jerónimo que “ Al nacer, el Hijo de Dios viene al mundo de modo escondido, en el Bautismo Cristo aparece de modo manifiesto” porque antes Él no era conocido por el pueblo, pero a través del Bautismo se revela a todos. Pero no podemos olvidar que el Espíritu Santo desde su nacimiento acompañó en el crecimiento natural y progresivo de Cristo. Y es por ello que vemos en la palabra el siguiente versículo: “progresaba en sabiduría, en estatura y gracia” (Lc. 2,52).
Pero en el Bautismo de Cristo cuando comienza su vida pública, los cielos se abren y el Espíritu Santo desciende sobre ÉL como una paloma: “ Y se oyó una voz que venía desde los cielos: ‘Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco’”.
Por ende, en este icono hace referencia sobre como Cristo se revela realmente como Hijo en sus dos naturalezas que son “Verdadero Dios y Verdadero Hombre”.
El Bautismo de Jesús es su Pentecostés personal, el descenso del Espítiru Santo y la manifestación de la Santísima Trinidad. Por eso la fórmula bautismal completa es: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
En la imagen Cristo con su mano derecha bendice las aguas y las prepara, para que sean las aguas del Bautismo, que reengendrarán al hombre a la vida nueva en el Lavacrum purificador del sacramento.
En la imagen aparece Juan el Bautista vestido de pieles, signo de ser un profeta y mártir. Además, él es el testigo de la sumisión de Cristo, de su Kenosis. El árbol con el hacha es la imagen del ministerio profético por el cual el Bautista anuncia la llamada a conversión y es el cumplimiento de la palabra evangélica: “Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,10).
Finalmente, los ángeles son los diáconos en el servicio litúrgico del Bautismo, prontos para secar y revestir al bautizado. Es por eso que tienen en sus manos los vestidos de Cristo.
La Transfiguración
Según explican algunos historiadores, todo iconógrafo-monje que pintaba este tipo de arte sacro, comenzaba su “arte divino” pintando el icono de la Transfiguración. Esta imagen está pintada no tanto con colores, sino con la “luz tabórica” que es la manifestación del Espíritu Santo.
En las Escrituras vemos como Dios se comunica al hombre como luz y como sonido. Es así como el Señor se mostró en la aparición sobre el monte Sinaí y así se revela ahora en la Transfiguración de su Hijo, su Palabra final y definitiva.
Esta luz en la Transfiguración es la irradiación de Dios, el don que Dios hace de sí mismo. A eso es que la escritura llama “ver cara a cara”.
La Transfiguración es la visión de Dios de la Santísima Trinidad. Porque Cristo aparece en el esplendor de su gloria divina, simbolizada por el candor de sus vestidos.
“Y se Transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz” (Mt. 17,2).
Este icono representa el momento en que Dios hace escuchar su voz desde la nube: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle” (Mt. 17,5). La voz del Padre revela la verdad divina y turba a los apóstoles todavía completamente humanos.
La Transfiguración, hay quienes dicen que no es únicamente del Señor, sino también de los apóstoles que, por un instante, pasaron de la carne al Espíritu”. Recibieron la gracia de ver la humanidad de Cristo como un cuerpo de luz, de contemplar su Gloria escondida bajo la Kenosis.
La Transfiguración prenuncia la que espera todo cristiano por obra del Espíritu Santo. Jesús muestra en sí la naturaleza humana revestida de la belleza original.
Finalmente, Cristo en el centro de círculos concéntricos, representa las esferas de universo creado y refleja su Pasión Gloriosa. La luz que se expande sobre el monte Tabor es la misma que se manifestará en la gloria de su segunda venida: La Parusía, definitiva instauración del Reino de Dios.
Cristo se revela a los apóstoles en el esplendor de la Gloria Divina, para que no se escandalicen de su pasión ya cercana y comprendan que ésta es voluntaria. El Señor es realmente el esplendor del Padre y la Cruz resplandece ya de la Luz de la Pascua.
No olvidemos que el hombre iluminado por la luz del Tabor conduce, a través de sí, no solo a la humanidad, sino a toda la creación hacia Dios.
La Entrada en Jerusalén
Este icono de la Entrada de Jesús en Jerusalén hace referencia al momento que Jesús llega triunfante después de los 40 días y 40 noches en el desierto y es recibido con ramos por su pueblo. En la imagen observamos el rostro de Cristo, un grupo de habitantes de Jerusalén, un niño pobre extendiendo su túnica al paso de Cristo y niños ricos indicando sus vetidos. Como todos saben, esta historia marca litúrgicamente el inicio de la Semana Santa y antecede a la celebración de la Pasión de Cristo.
Esta imagen muestra como Cristo entra en la ciudad de David cabalgando en un pollino y es aclamado como Rey, del mismo modo que en la antigüedad eran aclamados los príncipes del pueblo de Israel.
En su mano izquierda Cristo tienen un rollo que dice: “Heme aquí, que vengo. Se me ha prescristo en el rollo del libro hacer tu voluntad” (Sal 40,8-9). Cristo va a cumplir la voluntad del Padre; y en un momento le dice a los apóstoles: “Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de Él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará” (Mt. 20,18-19).
Estas palabras los apóstoles no la comprenden. En la imagen, delante de todos los discípulos está Juan, el discípulo amado y testigo de la pasión, también está Pedro, vestido de amarillo como signo de su triple negación. Con este vestido de amarillo lo distinguirá siempre y busca recordar que podemos llevar nuestras traiciones, sabiendo que podremos ser santos, no apoyándonos en nuestras fuerzas, sino en la palabra de Cristo que nos conoce y nos salva.
Otros personajes están en la imagen y que aclaman a Jesús hay muchos ricos, que se reconocen por su ropajes. Pero solo un niño, hijo de pobres, pone la túnica debajo de la cabalgadura del Señor. Los pequeños acogen al Mesías y Él dice: “ Yo os aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en el” (Lc. 18,17).
Al fondo a la derecha se puede ver situada a Jerusalén con el templo en el centro y sobre la roca, una encina símbolo de la Iglesia.
La Última Cena
En esta imagen se puede apreciar la representación de la Última Cena del Señor en el momento en que Cristo les decía a sus discípulos: “En verdad os digo que uno de vosotros me entregará” (Jn 13,21).
El traidor fue Judas y en la imagen está vestido de azul y rojo, tonalidades brillantes y ostentosas, símbolo del amor al mundo y su gloria. También se puede observar a Juan reclinando la cabeza sobre el pecho de Jesús y a Judas mojando en el plato y un detalle amplio con todos los apóstoles.
En cuanto a la túnica negra que envuelve a Jesús significa su pasión y muerte. Es de noche. Cristo entra en las tinieblas del pecado tomando sobre sí la traición, la enemistad y el rechazo.
Sobre la mesa están presentes los signos de la Eucaristía: la copa de vino y el pan. “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”.
El pan ázimo no es ya únicamente el signo de la liberación de la esclavitud de Egipto, como para los hebreros, sino el Cuerpo de Cristo entregado por todos los hombres; así como la copa de vino y no es únicamente el signo de la entrada en la Tierra de Canaán, sino la Sangre de la Nueva Alianza, derramada por todos para la remisión de los pecados.
Recordemos que la Eucaristía hace que todo cristiano sea injertado en la Pascua de Cristo, en su paso de la muerte a la Vida Eterna.